El influjo de San Martín fue decisivo para la evangelización de la zona de Francia que se extiende al sur del Loira: Toulouse, Poitou, Saintonge, Auvernia y Berry, y aun para la de París.
Sin duda que la fe en Jesucristo había avanzado por las vías romanas desde los tiempos de San Ireneo (finales del siglo II), pero el cristianismo apenas si había alcanzado más que a las ciudades, cuando Martín, un soldado húngaro convertido, se une a la escuela de San Hilario (339) y funda en Ligugé, cerca de Poitiers, el primer monasterio de todo Occidente (360).
Martín había de ser el apóstol de la campiña galo-romana. Antes de recibir el bautismo, había compartido ya sus vestiduras con un mendigo en Amiens; una vez convertido al cristianismo, no le fue posible quedar indiferente ante la pobreza esencial de los campesinos, a quienes nadie había hablado todavía de Cristo. Consagrado obispo de Tours (372), reunió de nuevo en torno a sí a algunos compañeros deseosos de vivir como hombres de oración, aun cuando quiso convertir a sus monjes en misioneros.
El monasterio de Marmoutiers, a la entrada de Tours, se convirtió en un verdadero centro de evangelización. El obispo daba, por lo demás, ejemplo por sí mismo, siempre itinerante anunciando el evangelio, arrancando los árboles sagrados y destruyendo los ídolos. Murió en Candes, no lejos de Tours el 397, su culto se extendió por toda la Galia desde el siglo V.
Evangelio del día
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