Mensaje de la Virgen de Fátima


Apariciones y Mensaje 

Fátima

Situada en la diócesis de Leiría, perdida en uno de los contrafuertes de la Sierra de Aire, a 100 kms. al norte de Lisboa y casi en el centro geográfico de Portugal, Fátima tiene a su alrededor, en un radio de cerca de 25 kms., algunos de los monumentos más elocuentes y simbólicos de la historia portuguesa: el castillo construido por Don Alfonso Enríquez en Leiría, cuyas imponentes ruinas, altas murallas y fuertes y bellos torreones, se yerguen en la cumbre de una colina de 113 metros de altura; el grandioso Monasterio de la Batalla el cual, con sus amplios salones, soberbios arbotantes, pináculos y ornamentos, es ciertamente la más bella joya de la arquitectura medieval del país; el convento-fortaleza de Tomar, antiguo cuartel general de los templarios lusitanos y más tarde de la Orden de Cristo; no muy distante, circundada por murallas medievales y asentada sobre un cerro que domina la vasta planicie, la encantadora villa de Ourém, con sus estrechas y accidentadas laderas, ruinas góticas y lienzos de muralla del viejo castillo del señor feudal; por fin, construida en el austero y elegante estilo gótico, la gran abadía cisterciense de Alcobaça, una de las mayores de Europa que, en sus días de gloria fue centro de fervor religioso y de gran cultura, dando cabida a más de mil monjes.

No muy distante de Fátima, hacia el océano, se encuentra el varias veces centenario pinar de Leiría, plantado por el rey Don Dionís en plena Edad Media.

En el paisaje de la región predominan las colinas desnudas y pedregosas, salpicadas de encinas, viéndose aquí y allí pueblos de casas blancas, brillantes a la luz del sol y en los valles, algunos bosques de olivos, robles y pinos.

Fue este escenario bucólico, tranquilo y denso en recuerdos, el escogido por la Madre de Dios para transmitir al mundo una de las más graves profecías de la Historia. Palabras venidas del Cielo, cargadas de advertencias, de misericordia y de esperanza.

Un domingo como los demás para tres pastorcitos

Transcurría la primavera de 1917. La Primera Guerra Mundial, la grande y sangrienta guerra de las naciones, hacía más de tres años que extendía sus campos de batalla por casi toda la Tierra.
Sin embargo, en aquella luminosa mañana del domingo 13 de mayo, las calamidades y horrores de la guerra parecían distantes para tres pastorcitos. Se trataba de Lucía de Jesús dos Santos, la mayor, con 10 años; Francisco y Jacinta Marto, con 9 y 7 años, respectivamente.
Después de asistir a Misa en la iglesia de Aljustrel, caserío de la parroquia de Fátima, donde residían, salieron en dirección a la sierra y allí juntaron su pequeño rebaño de ovejas castañas y blancas. Lucía, al escoger el lugar de pastoreo para el día, dijo con aire de mando:
— Vamos a las tierras de mi padre, en la Cova de Iría.
Obedeciendo, los otros pusieron en marcha las ovejas, y allí fueron los tres atravesando los matorrales que cubrían la Sierra de Aire. Los animales iban arrancando lo que encontraban a su alcance, y sus cencerros sonaban tristes en el silencio de la mañana clara.
Era un bello domingo ese 13 de mayo, ¡mes de María! En el cielo límpido y translúcido, el sol se mostraba en todo su esplendor.
El tiempo había pasado sereno y entretenido. Los pastorcitos ya habían comido su merienda, compuesta de pan de centeno, queso y aceitunas; habían rezado el Rosario, junto a un pequeño olivo que el padre de Lucía había plantado por allí.
Cerca del mediodía, subieron a una parte más elevada de la propiedad y comenzaron a jugar…

Primera aparición de la Santísima Virgen

Súbitamente, en medio de su inocente recreo, los tres niños vieron como una claridad de relámpago que los sorprendió. Contemplaron el cielo, el horizonte y, después, se miraron entre sí: cada uno vio al otro mudo y atónito; el horizonte estaba limpio y el cielo luminoso y sereno. ¿Qué habría pasado?
Pero Lucía, siempre con cierto tono imperativo, ordenó:
— Vengan, que puede venir una tormenta.
— Pues vamos, dijo Jacinta.
Juntaron el rebaño y lo condujeron descendiendo hacia la derecha. A medio camino entre el monte que dejaban y una encina grande que tenían delante, vieron un segundo relámpago.
Con redoblado susto, apresuraron el paso continuando el descenso. Sin embargo, apenas habían llegado al fondo de la «Cova» cuando se pararon, confusos y maravillados: allí, a corta distancia, sobre una encina de un metro y poco de altura, se les aparecía la Madre de Dios.
Según las descripciones de la Hermana Lucía, era «una Señora vestida toda de blanco, más brillante que el sol, irradiando una luz más clara e intensa que un vaso de cristal lleno de agua cristalina, atravesado por los rayos del sol más ardiente». Su semblante era de una belleza indescriptible, ni triste ni alegre, sino serio, tal vez con una suave expresión de ligera censura. ¿Cómo describir con detalle sus trazos? ¿De qué color eran los ojos y los cabellos de esa figura celestial? ¡Lucía nunca lo supo decir con certeza!
El vestido, más blanco que la propia nieve, parecía tejido de luz. Tenía las mangas relativamente estrechas y el cuello cerrado, llegando hasta los pies que envueltos por una tenue nube, apenas se veían rozando la copa de la encina. La túnica era blanca, y un manto también blanco, con bordes de oro, del mismo largo que el vestido, le cubría casi todo el cuerpo. «Tenía las manos puestas en actitud de oración, apoyadas en el pecho, y de la derecha pendía un lindo rosario de cuentas brillantes como perlas, con una pequeña cruz de vivísima luz plateada. [Como] único adorno, un fino collar de oro reluciente, colgando sobre el pecho y rematado casi a la altura de la cintura, por una pequeña esfera del mismo metal».
Lo que ocurrió a continuación es así relatado por la Hermana Lucía:
«Estábamos tan cerca, que quedábamos dentro de la luz que la cercaba, o que irradiaba. Tal vez a un metro y medio de distancia, más o menos. Entonces, Nuestra Señora nos dijo:
— No tengáis miedo, no os haré mal.
— ¿De dónde es Vuestra Merced? le pregunté.
— Soy del Cielo.
—¿Y qué quiere de mí Vuestra Merced?
— Vengo a pediros que volváis aquí durante seis meses seguidos, los días 13 y a esta misma hora. Después os diré quién soy y lo que quiero. Y volveré aquí aun una séptima vez.
— ¿Y yo también voy a ir al Cielo?
— Sí, irás.
—¿Y Jacinta?
— También.
— ¿Y Francisco?
— También, pero tiene que rezar muchos rosarios.
Me acordé entonces de preguntar por dos niñas que habían muerto hacía poco. Eran amigas mías y [frecuentaban] mi casa [para] aprender a tejer con mi hermana mayor.
— ¿María de las Nieves ya está en el Cielo?
— Sí, está.
—¿Y Amalia?
—Estará en el Purgatorio hasta el fin del mundo. ¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que os quiera enviar, en reparación por los pecados con que Él es ofendido, y en súplica por la conversión de los pecadores?
— Sí, queremos.
— Vais, pues, a tener mucho que sufrir, pero la gracia de Dios será vuestro consuelo.
Fue al pronunciar estas últimas palabras 'la gracia de Dios, etc.', cuando abrió las manos por primera vez, comunicándonos una luz tan intensa, como el reflejo que de ellas procedía, que, peñerándonos en el pecho y en lo más íntimo del alma, nos hacía vernos a nosotros mismos en Dios, que era esa luz, más claramente que como nos vemos en el mejor de los espejos. Entonces, por un impulso interior también comunicado, caímos de rodillas y repetimos interiormente: Oh, Santísima Trinidad, yo te adoro. Dios mío, Dios mío, yo te amo en el Santísimo Sacramento.
Pasados los primeros momentos, Nuestra Señora añadió:
—Rezad el Rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra.
Enseguida comenzó a elevarse serenamente, subiendo en dirección al naciente, hasta desaparecer en la inmensidad de la distancia. La luz que la circundaba iba abriendo un camino en la obscuridad de los astros, motivo por el cual alguna vez dijimos que vimos abrirse el Cielo».
Después que la Aparición se eclipsó en la infinitud del firmamento, los tres pastorcitos permanecieron silenciosos y pensativos, contemplando durante un largo rato el cielo. Poco a poco, fueron despertando
del estado de éxtasis en que se encontraban. A su alrededor, la naturaleza volvió a ser lo que era. El sol continuaba fulgurando sobre la tierra, y el rebaño, esparcido, se había echado a la sombra de las encinas. Todo era quietud en la sierra desierta.
La celestial Mensajera había producido en los niños una deliciosa impresión de paz y de alegría radiante, de frescura y libertad. Les parecía que podrían volar como los pájaros. De cuando en cuando, el silencio en que habían caído era interrumpido por esta jubilosa exclamación de Jacinta:
— ¡Ay, qué Señora tan bonita! ¡Ay, qué Señora tan bonita!
En ésta, como en las demás apariciones, la Virgen Santísima habló sólo con Lucía, mientras que Jacinta solamente oía lo que Ella decía. Francisco, sin embargo, no la oía, concentrando toda su atención en verla. Cuando las dos niñas le relataron el diálogo arriba transcrito, y la parte que se refería a él, se llenó de gran alegría. Cruzando las manos sobre su cabeza, el niño exclamó en voz alta:
— ¡Oh, Señora mía! ¡Rosarios digo cuantos queráis!
Los pastorcitos se sentían otros. Sus almas estaban ligeras y alegres.
Ya los envolvían las penumbras del atardecer, mientras en la sierra se oían los ecos de las campanas tocando el Ángelus. Recogiendo sus ovejas, los tres niños abandonaron aquel sitio bendito. En el silencio del anochecer, que iba cubriendo las sierras, «se oía el sonido ronco del cencerro, y los pasos menudos del rebaño, camino abajo, eran como llovizna de verano en hojas secas...»

Segunda aparición: 13 de junio de 1917

El día señalado para la segunda aparición, los videntes se encontraron en Cova de Iría, donde ya se aglomeraban cerca de 50 curiosos, entre hombres y mujeres. Inmediatamente antes de que Lucía hablase con Nuestra Señora, algunos observaron que la luz del sol disminuyó, a pesar de que el cielo estaba despejado. A otros les pareció que la copa de la encina, cubierta de brotes, se curvaba como si soportase un peso. Y, según un testigo ocular, los circunstantes habrían oído algo como «una voz muy aguda, como un zumbido de abeja».
La Hermana Lucía describe así lo sucedido:
«Después de rezar el Rosario con Jacinta y Francisco, y las demás personas que estaban presentes, vimos de nuevo el reflejo de la luz que se aproximaba (lo que llamábamos relámpago); y, enseguida, a Nuestra Señora sobre la encina, igual [que en la aparición] de mayo.
— ¿Qué quiere Vuestra Merced de mí? -pregunté.
— Quiero que vengáis aquí el día 13 del mes que viene, que recéis el rosario todos los días, y que aprendáis a leer. Después diré lo que quiero.
Lucía pide la curación de un enfermo.
— Si se convierte, se curará en el transcurso del año.
— Quería pedirle que nos llevara al Cielo.
— Sí, a Jacinta y a Francisco los llevaré en breve. Pero tú te quedarás aquí algún tiempo más. Jesús quiere servirse de ti para hacerme conocer y amar. Él quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. A quien la abrace, le prometo la salvación; y serán amadas de Dios estas almas, como flores puestas por mí para adornar su trono.
— ¿Y me quedo aquí sola?
—No, hija. ¿Y tú sufres mucho con eso? No te desanimes. Nunca te dejaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios.
Al decir estas últimas palabras, abrió las manos y nos comunicó, por segunda vez, el reflejo de aquella luz tan intensa. En ella nos veíamos como sumergidos en Dios. Francisco y Jacinta parecían estar en la parte que se elevaba hacia el Cielo y yo en la que se esparcía por la tierra. Delante de la mano derecha de la Santísima Virgen había un Corazón rodeado de espinas que parecían clavárseles por todas partes. Comprendimos que era el Inmaculado Corazón de María, ultrajado por los pecados de los hombres, que pedía reparación».
Poco a poco, esa visión se desvaneció ante los ojos maravillados de los tres pastorcitos. La Señora, siempre resplandeciente de luz, comenzó entonces a elevarse del arbusto y, subiendo suavemente por el camino luminoso que su brillo incomparable parecía abrir en el firmamento, se retiró hacia el este, hasta desaparecer.
Extasiados, los videntes la siguieron con la mirada, y Lucía gritó a los circunstantes:
— Si la quieren ver, miren... va más para allá...

Algunos que se encontraban más próximos notaron que los brotes de la copa de la encina estaban inclinados en la misma dirección apuntada por Lucía, como si las ropas de la Señora, rozándolas al partir, las hubiesen arrastrado y doblado. Sólo después de algunas horas volvieron a su posición normal.
Una vez desaparecida por completo la visión. Lucía exclamó:
— ¡Listo! Ahora ya no se ve; ya entró en el cielo; ya se cerraron las puertas.
El público allí presente, aunque no hubiese visto a Nuestra Señora, comprendió que acababa de pasar algo extraordinario y sobrenatural. Algunos comenzaron a arrancar ramitas y hojas de la copa de la encina, pero enseguida fueron advertidos por Lucía para que tomasen sólo las de abajo, que la Santísima Virgen no había tocado.
En el camino de vuelta a casa, todos iban rezando el Rosario en alabanza de la Augusta Señora que se había dignado descender del Cielo hasta aquel perdido rincón de Portugal...

Tercera aparición: 13 de julio de 1917

Era un viernes el día en que se daría la tercera aparición de Nuestra Señora. Lucía, que hasta la tarde del día anterior estaba resuelta a no ir a la Cova de Iría, al aproximarse la hora en que debían partir, se sintió de repente impelida por una extraña fuerza, a la que no le era fácil resistirse. Fue a buscar a sus primos, que se encontraban en el cuarto, de rodillas, llorando y rezando:
— Entonces ¿no vais? Ya es la hora.
— Sin ti no nos atrevemos a ir. Vamos, ¡ven!
— Pues yo ya iba...
— Los tres niños se pusieron en camino. Al llegar al lugar de las apariciones se sorprendieron con la multitud que había acudido —más de dos mil personas— para presenciar el extraordinario acontecimiento.
Según el Sr. Marto, padre de Francisco y Jacinta, en el momento en que la Santísima Virgen apareció, una nubecita cenicienta flotó sobre la encina, el sol empalideció y una brisa fresca comenzó a soplar, aunque fuese pleno verano. En medio del silencio profundo de la gente, se oía un susurro como el de una mosca en un cántaro vacío.
Es la Hermana Lucía quien narra lo que entonces sucedió:
«Vimos el reflejo de la luz como de costumbre y, enseguida, a Nuestra Señora sobre la pequeña encina.
— ¿Qué quiere Vuestra Merced de mí?-pregunté.
— Quiero que vengáis el 13 del mes que viene, y que continuéis rezando el Rosario todos los días en honor de Nuestra Señora del Rosario, para obtener la paz del mundo y el fin de la guerra, porque sólo Ella los podrá socorrer.
— Quería pedirle que nos dijera quién es y que hiciera un milagro con el que todos crean que Vuestra Merced se nos aparece.
— Continuad viniendo aquí todos los meses. En octubre diré quién soy y lo que quiero, y haré un milagro que todos han de ver, para que crean.
Entonces hice algunas peticiones [de parte de varias personas]. Nuestra Señora dijo que era necesario que rezasen el Rosario para alcanzar las gracias durante el año. Y continuó diciendo:
— Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, sobre todo cuando hagáis algún sacrificio: ¡Oh! Jesús, es por vuestro amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María».

* Primera parte del secreto:

«Al decir estas últimas palabras —narra la Hermana Lucía— abrió de nuevo las manos como en los dos meses anteriores. El reflejo [de los rayos de luz] pareció penetrar la tierra, y vimos como un mar de fuego y, sumergidos en ese fuego, a los demonios y las almas como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que flotaban en el incendio llevados por las llamas que de ellas mismas salían juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados —semejante al caer de las chispas en los grandes incendios— sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor (Debe haber sido ante esta visión que solté aquel 'ay', que dicen haberme oído exclamar). Los demonios se distinguían por formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros carbones en brasa.»

* Segunda parte del secreto:

«Asustados y como pidiendo socorro, levantamos los ojos hacia Nuestra Señora, que nos dijo con bondad y tristeza:
— Visteis el Infierno, a donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que yo os diga, se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra va a terminar. Pero, sí no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre.
Para impedirlo, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora en los primeros sábados. Si atienden mis peticiones, Rusia se convertirá y tendrán paz. Si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas. Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz.
En Portugal se conservará siempre el dogma de la Fe, etc. Esto no se lo digáis a nadie. A Francisco, sí, podéis decírselo.
Cuando recéis el Rosario, decid después de cada Misterio: ¡Oh! Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del Infierno, lleva a todas las almas al Cielo, principalmente a las que más lo necesiten.
Se siguió un instante de silencio, y pregunté:
— ¿ Vuestra Merced no quiere nada más de mí?
— No, hoy no quiero nada más de ti.
Y, como de costumbre, comenzó a elevarse en dirección al este, desapareciendo en la inmensa lejanía del firmamento».
Se oyó entonces, de acuerdo al Sr. Marto, una especie de trueno que indicaba haber terminado la aparición.

Cuarta aparición: 15 de agosto de 1917

Habiendo sido secuestrados y mantenidos tres días bajo vigilancia por el Administrador de Ourém, que a toda costa —y en vano— deseaba arrancarles el secreto confiado por la Virgen, los tres videntes no pudieron comparecer a la Cova de Iría el día 13 de agosto, cuando se daría la cuarta aparición de la Santísima Virgen.
Según el testimonio de algunas de las numerosas personas que acudieron al lugar, poco después del mediodía se oyó un trueno, más o menos como las otras veces, al cual siguió el relámpago y, enseguida, todos comenzaron a notar una pequeña nube, muy leve, blanca y muy bonita, que sobrevoló unos minutos sobre la encina, subiendo después hacia el cielo y desapareciendo en el aire. Los rostros de los presentes brillaban con todos los colores del arco iris; los árboles no parecían tener ramas y hojas, sino sólo flores; el suelo y las ropas de las personas también estaban del color del arco iris. Nuestra Señora parecía haber venido, pero no encontró a los pastorcitos.
Leamos ahora el relato de la Hermana Lucía sobre la cuarta aparición de la Madre de Dios:
«Andando con las ovejas, en compañía de Francisco y de su hermano Juan, en un lugar llamado Valinhos, y sintiendo que algo de sobrenatural se aproximaba y nos envolvía, sospechando que la Santísima Virgen nos fuese a aparecer, y teniendo pena de que Jacinta quedase sin verla, pedimos a su hermano Juan que la fuese a llamar.
Mientras tanto, vi con Francisco el reflejo de la luz, a la que llamábamos relámpago y, llegada Jacinta un instante después, vimos a Nuestra Señora sobre una encina.
— ¿Que quiere Vuestra Merced de mí?
— Quiero que continuéis yendo a Cova de Iría el día 13 y que continuéis rezando el Rosario todos los días. En el último mes haré el milagro para que todos crean.
— ¿ Qué quiere Vuestra Merced que se haga con el dinero que la gente deja en Cova de Iría?
—Haced dos andas; una llévala tú con Jacinta y dos niñas más vestidas de blanco; la otra, que la lleve Francisco con tres niños más. El dinero de las andas es para la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. Lo que sobre es para ayudar a una capilla que debéis mandar construir.
— Quería pedirle la curación de algunos enfermos.
— Sí, curaré a algunos en el transcurso de este año.
Y tomando un aspecto más triste, les recomendó de nuevo la práctica de la mortificación, diciendo, al final:
— Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, que muchas almas se van al Infierno por no haber quien se sacrifique y pida por ellas».
Tras pronunciar estas palabras, la Virgen María se retiró, como en las veces anteriores, en dirección hacia levante.
Durante largos minutos los pastorcitos permanecieron en estado de éxtasis. Se sentían invadidos por una alegría inigualable, después de tantos sufrimientos y temores. Por fin, cuando fueron capaces de moverse y caminar, cortaron algunas ramas del arbusto sobre el cual había rozado la túnica de Nuestra Señora y los llevaron a casa. ¡Allí pudieron sentir que los mismos exhalaban un delicioso y magnífico perfume! Eran las «ramitas donde la Virgen Santísima puso los pies»...

Quinta aparición: 13 de septiembre de 1917

A lo largo de las sucesivas apariciones de la Santísima Virgen en Cova de Iría, había ido aumentando el número de los que en ellas creían. Así, el día 13 de septiembre se verificó una afluencia extraordinaria de peregrinos al lugar bendito, una multitud llena de respeto, calculada entre 15 y 20 mil personas, o tal vez más.
Narra la Hermana Lucía:
«Al aproximarse la hora, fui allí con Jacinta y Francisco, entre numerosas personas que nos hacían caminar con dificultad. Los caminos estaban apiñados de gente. Todos querían vernos y hablar con nosotros, pidiendo que presentásemos a Nuestra Señora sus necesidades. [...]
Llegamos por fin a Cova de Iría, junto a la encina, y comenzamos a rezar el Rosario con la gente. Poco después vimos el reflejo de la luz y, enseguida, a la Santísima Virgen sobre la encina. [Nos dijo:]
— Continuad rezando el Rosario para alcanzar el fin de la guerra. En octubre vendrán también Nuestro Señor, Nuestra Señora de los Dolores y Nuestra Señora del Carmen, y San José con el Niño Jesús, para bendecir al mundo. Dios está contento con vuestros sacrificios, pero no quiere que durmáis con la cuerda, usadla sólo durante el día.
— Me han encargado que le pida muchas cosas: la cura de algunos enfermos, de un sordomudo.
— Sí, a algunos curaré, a otros no. En octubre haré un milagro para que todos crean.
Y comenzando a elevarse, desapareció como de costumbre».
Según el testimonio de algunos espectadores, con ocasión de esa visita de la Santísima Virgen, como en las otras veces, sucedieron diversos fenómenos atmosféricos. Observaron «a la aparente distancia de un metro del sol, un globo luminoso que en breve comenzó a descender hacia poniente y, de la línea del horizonte, volvió a subir en dirección al sol». Además, la atmósfera adquirió un color amarillento, verificándose una disminución de la luz solar, tan grande que permitía ver la luna y las estrellas en el firmamento; una nubecita blanca, visible hasta el extremo de la Cova, envolvía la encina y con ella a los videntes. Del cielo llovían como flores blancas o copos de nieve que se deshacían un tanto por encima de las cabezas de los peregrinos, sin dejarse tocar o coger por nadie.
Aunque breve, la aparición de Nuestra Señora dejó a lo pequeños videntes muy felices, consolados y fortalecidos en su fe. Francisco se sentía especialmente inundado de alegría ante la perspectiva de ver, de allí a un mes, a Nuestro Señor Jesucristo, como les prometió la Reina del Cielo y de la Tierra.

Sexta y última aparición: 13 de octubre de 1917

Llegó, por fin, el día tan esperado de la sexta y última aparición de la Santísima Virgen a los tres pastorcitos. El otoño estaba avanzado. La mañana era fría. Una lluvia persistente y abundante había transformado la Cova de Iría en un inmenso lodazal, y calaba hasta los huesos a la multitud de 50 a 70 mil peregrinos que habían acudido de todos los rincones de Portugal.
Cerca de las once y media, aquel mar de gente abrió paso a los tres videntes que se aproximaban, vestidos con sus trajes de domingo.
Es la Hermana Lucía quien nos relata lo que sucedió:
«Llegados a Cova de Iría, junto a la encina, llevada por un movimiento interior, pedí al pueblo que cerrase los paraguas para rezar el Rosario. Poco después vimos el reflejo de la luz y, enseguida, a Nuestra Señora sobre la encina.
— ¿Qué quiere Vuestra Merced de mí?
— Quiero decirte que hagan aquí una capilla en mi honor; que soy la Señora del Rosario, que continuéis rezando el rosario todos los días. La guerra va a terminar y los militares volverán en breve a sus casas.
— Quería pedirle muchas cosas. Si curaba a unos enfermos y convertía a unos pecadores...
— A algunos sí, a otros no. Es preciso que se enmienden, que pidan perdón por sus pecados.
Y tomando un aspecto más triste, [Nuestra Señora agregó]: No ofendan más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido.
Enseguida, abriendo las manos, Nuestra Señora las hizo reflejar en el sol y, mientras se elevaba, su propia luz continuaba reflejándose en el sol».
Habiendo la Santísima Virgen desaparecido en esa luz que Ella misma irradiaba, se sucedieron en el cielo tres nuevas visiones, como cuadros que simbolizaban los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos del Rosario.
Junto al sol apareció la Sagrada Familia: San José, con el Niño Jesús en los brazos, y Nuestra Señora del Rosario. La Virgen vestía una túnica blanca y un manto azul. San José estaba también de blanco y el Niño Jesús de rojo. San José bendijo al pueblo trazando tres veces en el aire una cruz, y el Niño Jesús hizo lo mismo.
Las dos escenas siguientes fueron vistas sólo por Lucía.
Primero, vio a Nuestro Señor, transido de dolor en el camino del Calvario, y la Virgen de los Dolores, sin la espada en el pecho. El Divino Redentor también bendijo al pueblo.
Por fin apareció, gloriosa. Nuestra Señora del Carmen coronada Reina del cielo y del universo, con el Niño Jesús en brazos.
Mientras los tres pastorcitos contemplaban los personajes celestiales, se operó ante los ojos de la multitud el milagro anunciado.
Había llovido durante toda la aparición. Lucía, al terminar su coloquio con la Santísima Virgen, había gritado al pueblo: «¡Miren el sol!». Se entreabrieron las nubes, y el sol apareció como un inmenso disco de plata. A pesar de su brillo intenso, podía ser mirado directamente sin herir la vista. La multitud lo contemplaba absorta cuando, súbitamente, el astro se puso a «bailar». Giró rápidamente como una gigantesca rueda de fuego. Se detuvo de repente y, poco después, comenzó nuevamente a girar sobre sí mismo a una velocidad sorprendente. Finalmente, en un torbellino vertiginoso, sus bordes adquirieron un color escarlata, esparciendo llamas rojas en todas direcciones. Éstas se reflejaban en el suelo, en los árboles, en los rostros vueltos hacia el cielo, reluciendo con todos los colores del arco iris. El disco de fuego giró locamente tres veces, con colores cada vez más intensos, tembló espantosamente y, describiendo un zigzag descomunal, se precipitó sobre la multitud aterrorizada. Un único e inmenso grito escapó de todas las gargantas. Todos cayeron de rodillas en el lodo, pensando que serían consumidos por el fuego. Muchos rezaban en voz alta el acto de contrición. Poco a poco, el sol comenzó a elevarse trazando el mismo zigzag, hasta el punto del horizonte desde donde había descendido. Se hizo entonces imposible fijar la vista en él. Era de nuevo el sol normal de todos los días.
El ciclo de las visiones de Fátima había terminado.
Los prodigios duraron cerca de 10 minutos. Todos se miraban estupefactos. Después, hubo una explosión de alegría: «¡El milagro, los niños tenían razón!». Los gritos de entusiasmo hacían retumbar sus ecos en las colinas adyacentes, y muchos notaron que sus ropas, empapadas minutos antes, estaban completamente secas.
El milagro del sol pudo ser observado a una distancia de hasta 40 kilómetros del lugar de las apariciones.
Nuestra Señora de Fátima, «¡misterioso don del Cielo! En la hora [...] de los hombres en guerra, en la hora del pensamiento y del sentimiento religioso en crisis por el error, por los desvíos de la razón, por la incredulidad, por la ignorancia, por la frivolidad; por el libre pensar de muchos y por la irreligiosidad de tantos; [...] por las dudas, inquietudes, titubeos, perplejidades, indiferencias, apatías. En tal hora trágica, ante la perspectiva del naufragio en las tinieblas, en la anarquía, en la disolución, ¡desciende del Cielo la boya salvadora! ¡Ahí está Ella, toda Ella, en una esfera luminosa de brillante polvo de oro! Sus pies de rosa se posan en una rústica encina, en lo alto de una sierra árida, y sus labios divinos se mueven para hablar con una inocente pastora. Es hermosa y suave; dulce y triste. ¡Sobre su figura cae tanta luz blanca que sus vestidos quedan blanqueados, y sobre ellos brilla tanto el sol que centellean! [...]
Apareció en su propio mes. Mayo florido, mayo fecundo de las simientes en tierras preparadas y labradas. Apareció en la hora fuerte del medio día, hora que anima el suelo; hora de milagro, que transporta las almas.»

salvadmereina.org.co

Vea también: Beatos Francisco y Jacinta Martos, pastorcitos de Fátima
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1 comentario:

  1. Digoles a todos mis hermanos en cristo y en nuestra Madre Santisima que recemos mucho por todo el mundo y como dice la Virgen por las Anims del Purgaorio.

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