Ciudad del Vaticano, 12 sep 08.- Benedicto XVI se encuentra en Francia, por primera vez como Papa «testigo de un Dios que ama y salva» y como Pontífice «se esfuerza por ser sembrador de caridad y esperanza». Lo ha destacado él mismo en su primer discurso en París, en el Palacio del Elíseo, dando comienzo así a su peregrinación a Lourdes, para celebrar el 150 aniversario de las apariciones de la Virgen María.
“Deseo unirme a la incontable muchedumbre de peregrinos de todo el mundo que llegan a lo largo de este año al santuario mariano, animados por la fe y el amor. Es una fe, es un amor que deseo celebrar en su país, durante las cuatro jornadas de gracia que podré pasar aquí”.
Reiterando su aprecio por el gran patrimonio de cultura y de fe que ha fraguado Francia durante siglos, brindando grandes figuras también a la Iglesia y al mundo, el Santo Padre se ha referido a las raíces cristianas de esta nación y de Europa y ha recordado las palabras del presidente francés en Roma, el pasado mes de diciembre.
«Implantada en época antigua en vuestro país, la Iglesia ha jugado un papel civilizador que me es grato resaltar en este lugar... Transmisión de la cultura antigua a través de monjes, profesores y amanuenses, formación del corazón y del espíritu en el amor al pobre, ayuda a los más desamparados mediante la fundación de numerosas congregaciones religiosas, la contribución de los cristianos a la organización de instituciones de las Galias, posteriormente de Francia, es sabido más que de sobra para no tener que recordarlo. Los millares de capillas, iglesias, abadías y catedrales que adornan el corazón de vuestras ciudades o la soledad de vuestras tierras son signo elocuente de cómo vuestros padres en la fe quisieron honrar a Aquel que les había dado la vida y que nos mantiene en la existencia.
Acerca de las relaciones de la Iglesia con el Estado, Benedicto XVI ha recordado también en París que «Cristo ya ofreció el criterio para encontrar una justa solución a este problema al responder a una pregunta que le hicieron afirmando: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mc 12,17)».
Tras señalar que «la Iglesia en Francia goza actualmente de un régimen de libertad» y que «la desconfianza del pasado se ha transformado paulatinamente en un diálogo sereno y positivo, que se consolida cada vez más», el Papa se ha referido a la expresión “laicidad positiva” empleada por el mismo presidente Sarkozy.
«En este momento histórico en el que las culturas se entrecruzan cada vez más entre ellas, estoy profundamente convencido de que una nueva reflexión sobre el significado auténtico y sobre la importancia de la laicidad es cada vez más necesaria. En efecto, es fundamental, por una parte, insistir en la distinción entre el ámbito político y el religioso para tutelar tanto la libertad religiosa de los ciudadanos, como la responsabilidad del Estado hacia ellos y, por otra parte, adquirir una más clara conciencia de las funciones insustituibles de la religión para la formación de las conciencias y de la contribución que puede aportar, junto a otras instancias, para la creación de un consenso ético de fondo en la sociedad».
Luego, Benedicto XVI ha destacado su anhelo de testimoniar el amor y la esperanza de Dios, que tanto necesita el mundo de hoy.
«El Papa, testigo de un Dios que ama y salva, se esfuerza por ser sembrador de caridad y esperanza. Toda sociedad humana tiene necesidad de esperanza, y esta necesidad es todavía más fuerte en el mundo de hoy que ofrece pocas aspiraciones espirituales y pocas certezas materiales. Los jóvenes son mi mayor preocupación».
Algunos jóvenes tienen dificultad en encontrar una orientación que les convenga o sufren una pérdida de referencia en su vida familiar. Otros experimentan todavía los límites de un pluralismo religioso que los condiciona. A veces marginados y a menudo abandonados a sí mismos, son frágiles y tienen que hacer frente solos a una realidad que les sobrepasa. Hay, pues, que ofrecerles un buen marco educativo y animarlos a respetar y ayudar a los otros, para que lleguen serenamente a la edad de la responsabilidad. La Iglesia – ha recordado el Papa - puede aportar en este campo una contribución específica.
Entre sus preocupaciones, Benedicto XVI ha mencionado también «la situación social de occidente, por desgracia marcada por un avance solapado de la distancia entre ricos y pobres».
«Estoy seguro que es posible encontrar soluciones justas que, sobrepasando la inmediata ayuda necesaria, vayan al corazón de los problemas, para proteger a los débiles y fomentar su dignidad. A través de numerosas instituciones y actividades, la Iglesia, igual que numerosas asociaciones en vuestro país, trata con frecuencia de remediar lo inmediato, pero es al Estado al que compete legislar para erradicar las injusticias».
En un contexto mucho más amplio, el Papa ha expresado su preocupación por el estado de nuestro planeta: «Con gran generosidad, Dios nos ha confiado el mundo que Él ha creado. Hay que aprender a respetarlo y protegerlo aún más. Me parece que ha llegado el momento de hacer propuestas más constructivas para garantizar el bien de las generaciones futuras».
Antes de concluir su denso discurso, el Papa ha señalado que el ejercicio de la Presidencia de la Unión Europea es para Francia Una ocasión de dar testimonio de su compromiso, de acuerdo a su noble tradición, con los derechos humanos y su promoción para el bien de la persona y la sociedad.
«Cuando el europeo llegue a experimentar personalmente que los derechos inalienables del ser humano, desde su concepción hasta su muerte natural, así como los concernientes a su educación libre, su vida familiar, su trabajo, sin olvidar naturalmente sus derechos religiosos, cuando este europeo, por tanto, entienda que estos derechos, que constituyen una unidad indisociable, están siendo promovidos y respetados, entonces comprenderá plenamente la grandeza de la construcción de la Unión y llegará a ser su artífice activo. Señor Presidente, la tarea que os incumbe no es fácil. Los tiempos son inciertos, y es una empresa ardua vislumbrar la justa vía entre los meandros de la cotidianeidad social y económica, nacional e internacional. En particular, frente al peligro del resurgir de viejos recelos, tensiones y contraposiciones entre las Naciones, de las que hoy somos testigos con preocupación, Francia, históricamente sensible a la reconciliación entre los pueblos, está llamada a ayudar a Europa a construir la paz dentro de sus fronteras y en el mundo entero.
«A este respecto, es importante promover una unidad que no puede ni quiere transformarse en uniformidad, sino que sea capaz de garantizar el respeto de las diferencias nacionales y de las tradiciones culturales, que constituyen una riqueza en la sinfonía europea, recordando, por otra parte, que “la propia identidad nacional no se realiza sino es en apertura con los demás pueblos y por la solidaridad con ellos” (Exhortación Apostólica Ecclesia in Europa, n. 112)» ha subrayado Benedicto XVI, afirmando que confía en que Francia «cooperará cada vez más a que este siglo progrese hacia la serenidad, la armonía y la paz».
Fuente: Radio Vaticano
“Deseo unirme a la incontable muchedumbre de peregrinos de todo el mundo que llegan a lo largo de este año al santuario mariano, animados por la fe y el amor. Es una fe, es un amor que deseo celebrar en su país, durante las cuatro jornadas de gracia que podré pasar aquí”.
Reiterando su aprecio por el gran patrimonio de cultura y de fe que ha fraguado Francia durante siglos, brindando grandes figuras también a la Iglesia y al mundo, el Santo Padre se ha referido a las raíces cristianas de esta nación y de Europa y ha recordado las palabras del presidente francés en Roma, el pasado mes de diciembre.
«Implantada en época antigua en vuestro país, la Iglesia ha jugado un papel civilizador que me es grato resaltar en este lugar... Transmisión de la cultura antigua a través de monjes, profesores y amanuenses, formación del corazón y del espíritu en el amor al pobre, ayuda a los más desamparados mediante la fundación de numerosas congregaciones religiosas, la contribución de los cristianos a la organización de instituciones de las Galias, posteriormente de Francia, es sabido más que de sobra para no tener que recordarlo. Los millares de capillas, iglesias, abadías y catedrales que adornan el corazón de vuestras ciudades o la soledad de vuestras tierras son signo elocuente de cómo vuestros padres en la fe quisieron honrar a Aquel que les había dado la vida y que nos mantiene en la existencia.
Acerca de las relaciones de la Iglesia con el Estado, Benedicto XVI ha recordado también en París que «Cristo ya ofreció el criterio para encontrar una justa solución a este problema al responder a una pregunta que le hicieron afirmando: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mc 12,17)».
Tras señalar que «la Iglesia en Francia goza actualmente de un régimen de libertad» y que «la desconfianza del pasado se ha transformado paulatinamente en un diálogo sereno y positivo, que se consolida cada vez más», el Papa se ha referido a la expresión “laicidad positiva” empleada por el mismo presidente Sarkozy.
«En este momento histórico en el que las culturas se entrecruzan cada vez más entre ellas, estoy profundamente convencido de que una nueva reflexión sobre el significado auténtico y sobre la importancia de la laicidad es cada vez más necesaria. En efecto, es fundamental, por una parte, insistir en la distinción entre el ámbito político y el religioso para tutelar tanto la libertad religiosa de los ciudadanos, como la responsabilidad del Estado hacia ellos y, por otra parte, adquirir una más clara conciencia de las funciones insustituibles de la religión para la formación de las conciencias y de la contribución que puede aportar, junto a otras instancias, para la creación de un consenso ético de fondo en la sociedad».
Luego, Benedicto XVI ha destacado su anhelo de testimoniar el amor y la esperanza de Dios, que tanto necesita el mundo de hoy.
«El Papa, testigo de un Dios que ama y salva, se esfuerza por ser sembrador de caridad y esperanza. Toda sociedad humana tiene necesidad de esperanza, y esta necesidad es todavía más fuerte en el mundo de hoy que ofrece pocas aspiraciones espirituales y pocas certezas materiales. Los jóvenes son mi mayor preocupación».
Algunos jóvenes tienen dificultad en encontrar una orientación que les convenga o sufren una pérdida de referencia en su vida familiar. Otros experimentan todavía los límites de un pluralismo religioso que los condiciona. A veces marginados y a menudo abandonados a sí mismos, son frágiles y tienen que hacer frente solos a una realidad que les sobrepasa. Hay, pues, que ofrecerles un buen marco educativo y animarlos a respetar y ayudar a los otros, para que lleguen serenamente a la edad de la responsabilidad. La Iglesia – ha recordado el Papa - puede aportar en este campo una contribución específica.
Entre sus preocupaciones, Benedicto XVI ha mencionado también «la situación social de occidente, por desgracia marcada por un avance solapado de la distancia entre ricos y pobres».
«Estoy seguro que es posible encontrar soluciones justas que, sobrepasando la inmediata ayuda necesaria, vayan al corazón de los problemas, para proteger a los débiles y fomentar su dignidad. A través de numerosas instituciones y actividades, la Iglesia, igual que numerosas asociaciones en vuestro país, trata con frecuencia de remediar lo inmediato, pero es al Estado al que compete legislar para erradicar las injusticias».
En un contexto mucho más amplio, el Papa ha expresado su preocupación por el estado de nuestro planeta: «Con gran generosidad, Dios nos ha confiado el mundo que Él ha creado. Hay que aprender a respetarlo y protegerlo aún más. Me parece que ha llegado el momento de hacer propuestas más constructivas para garantizar el bien de las generaciones futuras».
Antes de concluir su denso discurso, el Papa ha señalado que el ejercicio de la Presidencia de la Unión Europea es para Francia Una ocasión de dar testimonio de su compromiso, de acuerdo a su noble tradición, con los derechos humanos y su promoción para el bien de la persona y la sociedad.
«Cuando el europeo llegue a experimentar personalmente que los derechos inalienables del ser humano, desde su concepción hasta su muerte natural, así como los concernientes a su educación libre, su vida familiar, su trabajo, sin olvidar naturalmente sus derechos religiosos, cuando este europeo, por tanto, entienda que estos derechos, que constituyen una unidad indisociable, están siendo promovidos y respetados, entonces comprenderá plenamente la grandeza de la construcción de la Unión y llegará a ser su artífice activo. Señor Presidente, la tarea que os incumbe no es fácil. Los tiempos son inciertos, y es una empresa ardua vislumbrar la justa vía entre los meandros de la cotidianeidad social y económica, nacional e internacional. En particular, frente al peligro del resurgir de viejos recelos, tensiones y contraposiciones entre las Naciones, de las que hoy somos testigos con preocupación, Francia, históricamente sensible a la reconciliación entre los pueblos, está llamada a ayudar a Europa a construir la paz dentro de sus fronteras y en el mundo entero.
«A este respecto, es importante promover una unidad que no puede ni quiere transformarse en uniformidad, sino que sea capaz de garantizar el respeto de las diferencias nacionales y de las tradiciones culturales, que constituyen una riqueza en la sinfonía europea, recordando, por otra parte, que “la propia identidad nacional no se realiza sino es en apertura con los demás pueblos y por la solidaridad con ellos” (Exhortación Apostólica Ecclesia in Europa, n. 112)» ha subrayado Benedicto XVI, afirmando que confía en que Francia «cooperará cada vez más a que este siglo progrese hacia la serenidad, la armonía y la paz».
Fuente: Radio Vaticano
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