Etimológicamente significa “favorecedor de los hombres”. Viene de la lengua griega.
Este joven del siglo III llegó a ser el Patriarca de Alejandría. Su trabajo pastoral y doctrinal se enfrentó en seguida contra un hereje que sale a menudo en estos primeros años del cristianismo. Su nombre ya lo conoces, Arrio.
Fue Alejandro el primero que se dio cuenta de los errores que escribía y predicaba este señor en contra de Jesucristo, negando su divinidad.
Además de tener una inteligencia brillante, poseía un gran corazón cuyas fuerzas las empleaba para cuidar de los pobres.
Era tan amable que en su presencia nadie se enfadaba ni reñía. Se imponía su dulzura contra todo aquel que tuviera deseos de hacer el mal al prójimo. No obstante, cuando había que demostrar su dureza – máxime cuando se hablaba mal del Señor o de su Madre, se levantaba con fuerza.
Al morir el anterior Patriarca, había dos candidatos: él y el cura hereje Arrio. La gente prefirió a Alejandro por su don de gentes, su santidad, su oración y su amor a todos. Incluso Arrio se llevó bien con él los primeros años, hasta que se empecinó en su herejía.
Otro gran valor que se debe atribuir a Alejandro es que fue el gran descubridor de san Atanasio.
Pero el dichoso Arrio no lo dejaba ni a sol ni a sombra. Y cansado de sus teorías heréticas, convocó un sínodo el año 320 en Alejandría. Fueron más de cien obispos. Arrio fue invitado a que se defendiera. Pero no fue capaz. Y entonces todos los obispos lo condenaron. Hubo gente que le dijo a Alejandro que le permitiese entrar de nuevo en la Iglesia católica. Intervino el emperador Constantino y el mismo obispo Osio de Córdoba. Toda labor de reconciliación resultó inútil ante este soberbio hereje. Un concilio universal, el de Nicea, lo condenó para siempre.
Alejandro murió tal día como hoy del año 326.
Este joven del siglo III llegó a ser el Patriarca de Alejandría. Su trabajo pastoral y doctrinal se enfrentó en seguida contra un hereje que sale a menudo en estos primeros años del cristianismo. Su nombre ya lo conoces, Arrio.
Fue Alejandro el primero que se dio cuenta de los errores que escribía y predicaba este señor en contra de Jesucristo, negando su divinidad.
Además de tener una inteligencia brillante, poseía un gran corazón cuyas fuerzas las empleaba para cuidar de los pobres.
Era tan amable que en su presencia nadie se enfadaba ni reñía. Se imponía su dulzura contra todo aquel que tuviera deseos de hacer el mal al prójimo. No obstante, cuando había que demostrar su dureza – máxime cuando se hablaba mal del Señor o de su Madre, se levantaba con fuerza.
Al morir el anterior Patriarca, había dos candidatos: él y el cura hereje Arrio. La gente prefirió a Alejandro por su don de gentes, su santidad, su oración y su amor a todos. Incluso Arrio se llevó bien con él los primeros años, hasta que se empecinó en su herejía.
Otro gran valor que se debe atribuir a Alejandro es que fue el gran descubridor de san Atanasio.
Pero el dichoso Arrio no lo dejaba ni a sol ni a sombra. Y cansado de sus teorías heréticas, convocó un sínodo el año 320 en Alejandría. Fueron más de cien obispos. Arrio fue invitado a que se defendiera. Pero no fue capaz. Y entonces todos los obispos lo condenaron. Hubo gente que le dijo a Alejandro que le permitiese entrar de nuevo en la Iglesia católica. Intervino el emperador Constantino y el mismo obispo Osio de Córdoba. Toda labor de reconciliación resultó inútil ante este soberbio hereje. Un concilio universal, el de Nicea, lo condenó para siempre.
Alejandro murió tal día como hoy del año 326.
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