
Con veinte años ha comenzado su vida de soledad. Vive en una celda con ventanilla al campo y allí se entrega a la oración y a la penitencia. Sus bienes son una escudilla de madera para comer y beber, una estera de juncos, un manto y un cilicio; el alimento ordinario son las hierbas y raíces que el campo le da.
La gente empieza a tener noticia de la existencia del solitario penitente en aquellos contornos; primero por curiosidad y luego por interés espiritual se le van aproximando los vecinos que transmiten más y más sus méritos y santidad. Siempre le vieron alegre y con carácter apacible.
El obispo de Lampsaco (ahora la ciudad turca de Lapseki) conoce su virtud y santidad y como tiene en su territorio un poblado en donde no sólo impera el paganismo, no ha pensado en mejor varón para convertirles que en Abrahám y por eso le da el encargo de predicarles a Cristo después de hacerlo sacerdote.
El santo penitente deja su celda por amor a la Iglesia que no por gusto personal. Lo primero que hace al llegar a su destino es edificar un templo.
Evangelio del día
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