Nicolás de Tolentino ( 1245 – 1305 ), nacido en Fermo, cerca del Adriático, en la marca de Anona, recibió este nombre por la devoción que tenían sus padres a san Nicolás de Bari, perteneció a la orden de san Agustín y residió la mayor parte de su vida en un convento de Tolentino, no lejos de su lugar natal.
Es conocido como abogado de las almas del Purgatorio--de las que se dice que tuvo una terrible visión pidiéndole sufragios--y protector de la Iglesia. Fue asimismo hombre de grandes mortificaciones, que ayunaba de forma casi perenne, predicador ilustre, contemplativo y objeto de insólitas manifestaciones de la predilección de Dios.
Fue un confesor misericordioso, se reservaba la severidad y los malos tratos para sí mismo, pero con sus penitentes era todo benevolencia; ya que él se ofrecía a reparar los pecados de los demás disciplinándose y ayunando por ellos. Ser capaces de comunicarse es esencial en la sociedad actual, tan acelerada. Una de las razones por las que San Nicolás tuvo tanto éxito fue por su contacto directo con la gente a la que quería acceder. A veces, bajo el disfraz de ser eficientes, usamos técnicas modernas para aislarnos más. Nos ocultamos detrás de nuestras pantallas de ordenador y nuestro correo sonoro sin salir nunca realmente a hablar con los demás.
Pero cuando usamos la tecnología como un modo de evitar el contacto, perdemos de vista una de las realidades fundamentales de la vida: necesitamos a la otra gente. Si queremos tener relaciones profundas y llenas de significado, hemos de tener un contacto de la vida real, no sólo una apariencia de intimidad a través de la tecnología. Necesitamos el contacto humano para seguir siendo humanos.
Evangelio del día
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