Ciudad del Vaticano, 28 Sep. 09.- A las 8,15, el Papa se trasladó en automóvil desde la nunciatura apostólica a la iglesia de San Venceslao en Stará Boleslav, a 35 km. de Praga. La iglesia surge sobre el sitio del martirio del santo, considerado el lugar símbolo del nacimiento de la nación checa y por lo tanto, meta de una peregrinación nacional el 28 de septiembre de cada año.
Venceslao nació hacia el 907 y subió al trono en el año 925. Según la tradición era un rey culto y religioso, benefactor de los pobres y justo. Fue asesinado por motivos políticos por su hermano Boleslao en el año 935. Sus restos mortales fueron trasladados en el 938 a la catedral de Praga y ya desde el siglo X se le venera como santo.
A su llegada a la iglesia de San Venceslao el Santo Padre fue recibido por las autoridades religiosas y civiles y, tras la adoración del Santísimo, bajó a la cripta del Mausoleo de la Nación Checa donde está expuesta la reliquia del santo. Antes de abandonar el templo, el Papa saludó a 20 sacerdotes ancianos, alojados en la casa de la Conferencia Episcopal y a sus acompañantes. Concluida la visita se dirigió en papamóvil a la explanada de Melnik, donde celebró la Santa Misa en la solemnidad de San Venceslao, festividad nacional de la República Checa.
En la homilía, Benedicto XVI subrayó que Venceslao era "un modelo de santidad para todos, especialmente para los que guían las suertes de las comunidades y de los pueblos. Pero nos preguntamos, en nuestros días, la santidad sigue siendo actual? No interesan más el éxito y la gloria terrena? Y cuánto duran y cuanto valen ambos?".
"El siglo pasado -y vuestra tierra es testigo- ha visto caer -dijo- no pocos potentes, que parecían haber llegado a alturas casi inalcanzables. De improviso se han encontrado privados de su poder. Los que niegan y siguen negando a Dios y, en consecuencia, no respetan al ser humano, parecen tener una vida fácil y lograr el éxito material. Pero basta rascar la superficie para constatar que en esas personas hay tristeza e insatisfacción".
"Sólo los que conservan en el corazón el santo "temor de Dios" confían también en el ser humano y dedican su existencia a la construcción de un mundo más justo y fraternal. Hoy hacen falta personas que sean "creyentes" y "creíbles", dispuestas a difundir en todos los ámbitos de la sociedad los principios e ideales cristianos en que se inspira su acción. Esa es la santidad, vocación universal de todos los bautizados, que lleva a cumplir el propio deber con fidelidad y valor, mirando no al propio interés egoísta, sino al bien común y buscando siempre la voluntad divina".
Citando el Evangelio de hoy, en el que Cristo pronuncia las palabras: "De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?", el Papa recalcó que el valor auténtico de la existencia humana "no se mide solo con bienes terrenos e intereses pasajeros porque no son las realidades materiales las que apagan la sed profunda de sentido y de felicidad encerrada en el corazón de cada persona. Por eso, Cristo no vacila en proponer a sus discípulos el camino estrecho de la santidad".
Un camino que es posible seguir, como hicieron los santos, que con su ejemplo "alientan a quien se llama cristiano a ser creíble, es decir, coherente con los principios y la fe que profesa. No basta parecer buenos y honrados, es necesario serlo realmente".
"Esta es la lección de vida de San Venceslao -concluyó el Santo Padre-, que tuvo el valor de anteponer el reino de los cielos a la fascinación del poder terreno".
VIS
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