Siendo así que los documentos del siglo IV dan testimonio del culto de Inés y de otros muchos mártires romanos, ignoran el nombre de Cecilia.
Hay que esperar hasta finales del siglo V para ver cómo la «Pasión de los mártires Cecilia, Valeriano y Tiburcio» asocia el recuerdo de Cecilia a la basílica del Transtevere que lleva su nombre y al cementerio de Calixto, en el que fue depositado su cuerpo junto a la cripta de los papas.
Se pueden mantener esas dos referencias topográficas: Cecilia era una cristiana de la familia de los Caecilii, propietaria del terreno de la vía Apia en el que Calixto había aderezado el cementerio de la Iglesia romana, en torno al año 210; puso su casa del Transtevere a disposición de la comunidad cristiana.
No se puede asegurar nada más, ya que la narración del martirio de Cecilia no es sino la transposición romana de un episodio de la persecución de los vándalos en África (hacia el 488) Sea como fuere la manera en que Cecilia realizó su vocación bautismal, no resulta fácil quedar insensible ante la irradiación ejercida por dicho relato de su martirio.
La Edad Media vio en esta joven esposa, que, la misma noche de su boda, confiaba a su esposo el compromiso que había contraído de permanecer virgen por Cristo, la figura de la mujer que asume la virginidad por amor del Señor como señal del mundo futuro.
Y como, según dicha Pasión, Cecilia «cantaba en su corazón mientras resonaban los instrumentos musicales de sus nupcias», no han faltado cantores y músicos que se hayan puesto bajo su patrocinio (siglo XV).
Evangelio del día
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