Un cofre sin cerradura de nada vale. También, un alma sin vigilancia queda a merced del enemigo. Por eso Jesús insiste tanto en la necesidad de practicar esa virtud, a la cual debe siempre complementar una auténtica piedad.
"Vigilad y orad para no caer en tentación" (Mateo 26, 41), dije el Señor a los tres apóstoles que más de cerca lo acompañaban en el Huerto de los Olivos, en la noche que iba a ser entregado. Por más que el espíritu esté pronto, la carne es débil, afirmó El inmediatamente después.
Y de hecho, la Historia confirma esa afirmación de Jesús: no pocas almas fácilmente pierden el fervor y caen en la tibieza, y a veces hasta en pecados graves, por puro descuido. A tal punto no nos basta solamente la oración que la recomendación del Salvador insiste primero en la vigilancia. Como una fortaleza, teniendo una brecha desguarnecida en su muralla, que por allí penetra el enemigo, de la misma forma el demonio observa los lados más débiles de nuestra alma para atacarnos y derrotarnos.
Por eso nos advierte San Pedro: "Sed sobrios y vigilad. Vuestro adversario, el demonio, anda alrededor de ustedes como un león que ruge, buscando a quien devorar" (1 Pd 5, 8)
Dios creó todas las cosas perfectas y buenas, no pudiendo proceder de Él el mal. Los ángeles revelados militaron por el mal en el Paraíso y continuaron ejerciendo a través de los siglos el mismo papel en la Tierra buscando perder a los hombres.
Esta es una de las razones por las cuales debemos cuidar nuestras almas en cualquier circunstancia de nuestra existencia, sea en la calma de la clausura de un convento contemplativo, o en la más intensa de las actividades humanas.
Nos puede ser útil, en este sentido, el consejo dejado como herencia por Santa Teresita del Niño Jesús: "Ustedes se dedican excesivamente a sus ocupaciones; sus quehaceres les preocupan en demasía. Leí hace un tiempo atrás que los israelitas construyeron las murallas de Jerusalén trabajando con una de las manos y empuñando en la otra la espada. Esta es una imagen de lo que debemos hacer: trabajar apenas con una mano, reservando la otra para defender nuestra alma de los peligros que nos puedan impedir la unión con Dios" (Consejos y recuerdos , N° 37).
Fuente: Boletín María Reina de los Corazones, N°34, Agosto 2008
"Vigilad y orad para no caer en tentación" (Mateo 26, 41), dije el Señor a los tres apóstoles que más de cerca lo acompañaban en el Huerto de los Olivos, en la noche que iba a ser entregado. Por más que el espíritu esté pronto, la carne es débil, afirmó El inmediatamente después.
Y de hecho, la Historia confirma esa afirmación de Jesús: no pocas almas fácilmente pierden el fervor y caen en la tibieza, y a veces hasta en pecados graves, por puro descuido. A tal punto no nos basta solamente la oración que la recomendación del Salvador insiste primero en la vigilancia. Como una fortaleza, teniendo una brecha desguarnecida en su muralla, que por allí penetra el enemigo, de la misma forma el demonio observa los lados más débiles de nuestra alma para atacarnos y derrotarnos.
Por eso nos advierte San Pedro: "Sed sobrios y vigilad. Vuestro adversario, el demonio, anda alrededor de ustedes como un león que ruge, buscando a quien devorar" (1 Pd 5, 8)
Dios creó todas las cosas perfectas y buenas, no pudiendo proceder de Él el mal. Los ángeles revelados militaron por el mal en el Paraíso y continuaron ejerciendo a través de los siglos el mismo papel en la Tierra buscando perder a los hombres.
Esta es una de las razones por las cuales debemos cuidar nuestras almas en cualquier circunstancia de nuestra existencia, sea en la calma de la clausura de un convento contemplativo, o en la más intensa de las actividades humanas.
Nos puede ser útil, en este sentido, el consejo dejado como herencia por Santa Teresita del Niño Jesús: "Ustedes se dedican excesivamente a sus ocupaciones; sus quehaceres les preocupan en demasía. Leí hace un tiempo atrás que los israelitas construyeron las murallas de Jerusalén trabajando con una de las manos y empuñando en la otra la espada. Esta es una imagen de lo que debemos hacer: trabajar apenas con una mano, reservando la otra para defender nuestra alma de los peligros que nos puedan impedir la unión con Dios" (Consejos y recuerdos , N° 37).
Fuente: Boletín María Reina de los Corazones, N°34, Agosto 2008
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