Cuidad del Vaticano, 15 Mar. 2010.- A mediodía, Benedicto XVI se asomó a la ventana de su estudio para rezar el Àngelus con las personas reunidas en la Plaza de San Pedro.
Antes de la oración mariana el Santo Padre comentó el Evangelio de hoy, la parábola del hijo pródigo, narrada por San Lucas, una página que "constituye una cima de la espiritualidad y la literatura de todos los tiempos".
"Efectivamente qué serían nuestra cultura, nuestro arte y nuestra civilización sin esta revelación de un Dios Padre lleno de misericordia?", dijo el Papa, subrayando que "después de que Jesús nos ha hablado del Padre misericordioso, las cosas ya no son como antes, ahora conocemos a Dios. (...) Por eso, nuestra relación con Èl, se construye a través de una historia, como sucede a los hijos con sus padres: al principio dependen de ellos, después reivindican su autonomía; y, en fin, si las cosas van bien, llegan a una relación madura, basada en el reconocimiento y el amor auténticos".
Esas etapas, observó el pontífice, recuerdan los hitos del camino del ser humano en su relación con Dios, en la que puede haber una fase parecida a la infancia, "una religión movida por la necesidad, por la dependencia". Luego, a medida que la persona crece quiere "desprenderse de esa sumisión" y "ser capaz de regularse por sí mismo, de decidir autónomamente, pensando a veces que puede prescindir de Dios".
Es una fase delicada, comentó el Santo Padre, "que puede llevar al ateísmo, pero que no pocas veces esconde la exigencia de encontrar el rostro verdadero de Dios. Por suerte para nosotros, Dios no deja nunca de ser fiel y, aunque nos alejemos o perdamos, nos sigue siempre con su amor, perdonando nuestros errores y hablando interiormente a nuestra conciencia para llevarnos de nuevo a Èl".
"Sólo experimentando el perdón, reconociendo que somos amados con un amor gratuito, más grande que nuestra miseria, pero también que nuestra justicia, entramos finalmente en una relación verdaderamente filial y libre con Dios", concluyó Benedicto XVI.
VIS
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