CIUDAD DEL VATICANO, 31 MAY 2008.- En la Plaza de San Pedro, tuvo lugar una celebración al concluir el mes de mayo. Durante el rezo del rosario, presidido por el cardenal Angelo Comastri, arcipreste de la basílica vaticana, la estatua de la Virgen fue llevada en procesión por la Plaza. Después de la oración mariana, Benedicto XVI pronunció un discurso.
El Papa recordó que hoy celebramos la fiesta de la Visitación de la Virgen María y la memoria del Corazón Inmaculado de María. "En muchas comunidades cristianas, durante el mes de mayo -dijo-, existe la bonita costumbre de rezar de manera más solemne el Santo Rosario en familia y en las parroquias".
"Que no cese esta buena costumbre -dijo-, ahora que termina el mes; es más, que siga con mayor empeño para que, aprendiendo de María, la lámpara de la fe brille cada vez más en el corazón de los cristianos y en sus casas".
El Santo Padre señaló que tras la Anunciación del Arcángel, "María se encontró con un gran misterio encerrado en su seno; sabía que había sucedido algo extraordinariamente único; se daba cuenta de que había comenzado el último capítulo de la historia de la salvación del mundo".
Cuando la Virgen llega a casa de Isabel, ésta, "iluminada desde lo Alto, exclama: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!".
El Papa puso de relieve que "las palabras de Isabel encienden en su espíritu un cántico de alabanza que es una auténtica y profunda interpretación "teológica" de su historia: una lectura que tenemos que seguir aprendiendo de quien tiene una fe sin sombras ni grietas. "Engrandece mi alma al Señor". María reconoce la grandeza de Dios. Este es el primer e indispensable sentimiento de la fe: el sentimiento que da seguridad a la criatura humana y que la libera del miedo, a pesar de las tempestades de la historia".
"Su fe -continuó- le ha hecho ver que los tronos de los poderosos de este mundo son provisionales, mientras que el trono de Dios es la única roca que no cambia, que no se derrumba. Su Magnificat, con el pasar de los siglos y milenios, sigue siendo la interpretación más verdadera y profunda de la historia, mientras las interpretaciones de tantos sabios de este mundo han sido desmentidas por los hechos en el transcurso de los siglos".
Benedicto XVI concluyó invitando a los fieles "volver a casa con el Magnificat en el corazón. Alberguemos en nosotros los mismos sentimientos de alabanza y de acción de gracias de María hacia el Señor, su fe y su esperanza, su abandono dócil en las manos de la Providencia divina. Imitemos su ejemplo de disponibilidad y generosidad en el servicio a los hermanos. De hecho, sólo acogiendo el amor de Dios y haciendo de nuestra existencia un servicio desinteresado y generoso al prójimo, podremos elevar con alegría un canto de alabanza al Señor. Que nos alcance esta gracia la Virgen, quien esta noche nos invita a encontrar refugio en su Corazón inmaculado".
El Papa recordó que hoy celebramos la fiesta de la Visitación de la Virgen María y la memoria del Corazón Inmaculado de María. "En muchas comunidades cristianas, durante el mes de mayo -dijo-, existe la bonita costumbre de rezar de manera más solemne el Santo Rosario en familia y en las parroquias".
"Que no cese esta buena costumbre -dijo-, ahora que termina el mes; es más, que siga con mayor empeño para que, aprendiendo de María, la lámpara de la fe brille cada vez más en el corazón de los cristianos y en sus casas".
El Santo Padre señaló que tras la Anunciación del Arcángel, "María se encontró con un gran misterio encerrado en su seno; sabía que había sucedido algo extraordinariamente único; se daba cuenta de que había comenzado el último capítulo de la historia de la salvación del mundo".
Cuando la Virgen llega a casa de Isabel, ésta, "iluminada desde lo Alto, exclama: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!".
El Papa puso de relieve que "las palabras de Isabel encienden en su espíritu un cántico de alabanza que es una auténtica y profunda interpretación "teológica" de su historia: una lectura que tenemos que seguir aprendiendo de quien tiene una fe sin sombras ni grietas. "Engrandece mi alma al Señor". María reconoce la grandeza de Dios. Este es el primer e indispensable sentimiento de la fe: el sentimiento que da seguridad a la criatura humana y que la libera del miedo, a pesar de las tempestades de la historia".
"Su fe -continuó- le ha hecho ver que los tronos de los poderosos de este mundo son provisionales, mientras que el trono de Dios es la única roca que no cambia, que no se derrumba. Su Magnificat, con el pasar de los siglos y milenios, sigue siendo la interpretación más verdadera y profunda de la historia, mientras las interpretaciones de tantos sabios de este mundo han sido desmentidas por los hechos en el transcurso de los siglos".
Benedicto XVI concluyó invitando a los fieles "volver a casa con el Magnificat en el corazón. Alberguemos en nosotros los mismos sentimientos de alabanza y de acción de gracias de María hacia el Señor, su fe y su esperanza, su abandono dócil en las manos de la Providencia divina. Imitemos su ejemplo de disponibilidad y generosidad en el servicio a los hermanos. De hecho, sólo acogiendo el amor de Dios y haciendo de nuestra existencia un servicio desinteresado y generoso al prójimo, podremos elevar con alegría un canto de alabanza al Señor. Que nos alcance esta gracia la Virgen, quien esta noche nos invita a encontrar refugio en su Corazón inmaculado".
Fuente: VIS
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