"El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. Es la menor de todas las semillas, pero después de haber crecido, es la mayor de todas las hortalizas y llega a transformarse en un árbol, de modo que las aves del cielo anidan en sus ramas" (Mt 13, 31-32).
Los oyentes de esta parábola conocían muy bien la mostaza, caracterizada por su minúscula semilla que, una vez plantada, da origen a un frondoso arbusto que se conserva siempre verde. Quizá Dios haya creado la mostaza principalmente para servir de ejemplo en esta bella parábola del Salvador. Pequeñísimo en su punto de partida, sorprendente por su desarrollo, este vegetal sirve muy bien para mostrar la etiología y fuerza del apostolado católico, y el propio Reino de los Cielos. Quien estuvo presente cuando Jesús, poco antes de subir a los Cielos, transmitió instrucciones al pequeño grupo de discípulos, no podría imaginar, que en el futuro, millones de católicos poblarían el mundo.
En la enseñanza de esta parábola, el crecimiento es un elemento esencial. El Reino de Dios y el apostolado son casi imperceptibles en su comienzo, pero a lo largo del tiempo su expansión será incalculable, sobre todo por la desproporción entre la escasez de los medios y la grandeza de los efectos.
Cuando un bebé es llevado a la pila bautismal y allí es tocado por las aguas de la gracia, Dios lo santifica. Años más tarde algunos de estos tiernos y delicados niños serán gigantes en la fé, y no hay quien no conozca un San Juan Bosco, o una Santa Teresita del Niño Jesús, por ejemplo. Árboles frondosísimos, nacidos en una ceremonia tan simple...
La parábola nos estimula a creer en la fuerza de expansión y de penetración de la Iglesia, al mismo tiempo que nos enseña el verdadero sentido del Reino de los Cielos y del triunfo de los buenos, que efectivamente será fulgurante en el Juicio Final.
Transcrito de: "Boletn María Reina de los Corazones", Nº33.
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